La llegada masiva de los patinetes eléctricos compartidos —en inglés, e-scooters— a muchas ciudades del mundo ha sido celebrada como un paso adelante hacia una movilidad más flexible, ágil y, en teoría, sostenible.
Redacción Mundo del Transporte
Sin embargo, un reciente estudio del University of Illinois Urbana‑Champaign (UIUC) revela que estos dispositivos pueden estar generando efectos inesperados tanto en la forma de moverse de los ciudadanos como en la seguridad urbana.
Micro-movilidad y sustitución de sistemas de transporte
El equipo de investigadores analizó el despliegue de patinetes compartidos en la ciudad de Chicago durante el verano de 2019, momento en el que se permitió a varias compañías desplegar sus flotas en un área de unas 50 millas cuadradas. Para ello utilizaron datos de más de 8 millones de trayectos de vehículos de rideshare, unos 750.000 trayectos de bicicletas compartidas (bikeshare) y los registros de criminalidad en 866 tractos censales, aplicando una técnica estadística de control sintético generalizado.
Los resultados señalan que, en los barrios en los que los patinetes se desplegaron, los trayectos cortos en servicios de rideshare aumentaron un 15,7 %. Al mismo tiempo, los viajes realizados con bicicletas compartidas disminuyeron un 7,6 %. Esto sugiere que los usuarios están sustituyendo la bicicleta compartida por el patinete eléctrico, en lugar de sumar un nuevo modo de transporte complementario.
Este fenómeno de “cannibalización” entre modos plantea que la expansión de los patinetes no necesariamente refuerza una movilidad sostenible en todos los frentes: podría estar desplazando alternativas que ya tenían ciertas ventajas ambientales y de salud (como la bicicleta) por una opción que —círcunstancias mediante— no las mejora.
Seguridad, entorno urbano y efectos sociales
Otra de las alertas del estudio es que en los mismos barrios donde se desplegaron patinetes compartidos se detectó un aumento del 17,9 % en la tasa de delitos callejeros y relacionados con vehículos (como hurtos o robos de automóviles). Los investigadores explican que los e-scooters, al ser fáciles de mover, de aparcar en la vía pública y de utilizar en trayectos rápidos, pueden convertirse en herramientas para ciertos delitos de oportunidad.
El impacto tampoco fue uniforme: las comunidades con mayor proporción de población minoritaria experimentaron un mayor aumento en los viajes de rideshare y un mayor ascenso de la criminalidad, mientras que la sustitución de bicicletas compartidas fue más intensa en barrios de menor proporción minoritaria. Del mismo modo, las zonas más jóvenes vieron incrementos de criminalidad de hasta el 20,6 %.
Esta combinación evidencia que, a pesar de que los patinetes prometen más accesibilidad, podrían estar contribuyendo —sin querer— a desigualdades urbanas y generando externalidades negativas que los responsables de transporte deben contemplar.
¿Y en cuanto a sostenibilidad real?
Los patinetes se suelen promocionar como una opción “verde”, una alternativa al coche particular o a modos de motor más contaminantes. Sin embargo, en este estudio los investigadores advierten de que no están reduciendo necesariamente esos modos: en cambio, impulsan más trayectos en rideshare de corta distancia que antes no se hacían. Esto determina que el impacto medioambiental neto podría incluso ser negativo: el estudio estima una emisión adicional de más de 800 toneladas métricas de CO₂ al año en el área analizada.
Este hallazgo abre un interrogante: si el patinete eléctrico compartido no reduce el uso del automóvil ni amplía de forma efectiva el uso de bicicleta o transporte público, ¿cuál es su verdadero valor añadido?, ¿cómo debe integrarse en la planificación urbana para cumplir con sus promesas?
¿Qué lecciones para los operadores y las ciudades?
Para los gestores de movilidad urbana, fabricantes de micromovilidad y responsables municipales, este estudio aporta varias señales clave que deberían tenerse en cuenta:
Diseño del despliegue inteligente: No basta con introducir dispositivos en la calle. Es necesario prever dónde se ubican, cómo se integran con otros modos, qué infraestructura requieren (carriles seguros, aparcamiento regulado), y qué efectos puedan tener en los barrios más vulnerables.
Monitoreo de impactos secundarios: Incorporar producción de datos, herramientas de análisis (como la app desarrollada por los investigadores) que permitan anticipar efectos sobre crimen, cambios en otros modos de transporte y desigualdades sociales.
Política de uso y gestión urbana: Estrategias como carriles exclusives para micromovilidad, zonas de aparcamiento controladas, geocercas en barrios sensibles, tarifas diferenciadas o incluso limitación del número de dispositivos pueden ayudar a minimizar externalidades negativas.
Enfoque en sustitución efectiva del coche: Para cumplir con objetivos de reducción de emisiones y mejora urbanística, los patinetes deben desplazar vehículos privados o incentivar el uso de transporte público o bicicleta, no simplemente generar micro-trayectos adicionales que prolongan la red de rideshare.
Equidad urbana como factor clave: Los datos muestran que los beneficios y costos de la micromovilidad no se reparten por igual. Es necesario asegurar que los barrios menos favorecidos no queden como “variante receptora” de externalidades indeseadas, como mayor criminalidad o saturación de aparcamiento de patinetes.
Una mirada hacia el futuro de la movilidad compartida
Este estudio representa un paso importante para entender que la micromovilidad —y en concreto los patinetes eléctricos compartidos— no es una panacea automática para los retos urbanos: su integración debe hacerse con cuidado, con datos y con políticas conscientes. Para el mundo del transporte y la ingeniería de ciudad implica reconocer que introducir un nuevo modo de desplazamiento es también introducir un nuevo actor en el ecosistema urbano, con consecuencias técnicas, sociales, económicas y medioambientales.
En ciudades como la nuestra, donde los sistemas de bikeshare compiten con otras formas emergentes, y donde la apuesta por la micromovilidad se acelera, estos hallazgos se vuelven relevantes. Es momento de preguntarse cómo hacen las ciudades para que los patinetes compartidos sean una parte realmente integrada —y no un añadido que genere distorsiones— de una movilidad más sostenible, más segura y más equitativa.
En definitiva, los patinetes eléctricos compartidos tienen un gran potencial para transformar la forma en que nos movemos. Pero ese potencial se materializa solo si se gestionan bien, si se diseñan en red con otros modos y si se atienden los posibles efectos secundarios que hoy este estudio ha puesto bajo la lupa.
Referencias
https://techxplore.com/news/2025-10-scooters-rideshare-bikeshare-safety.html
